miércoles, 9 de diciembre de 2015

Tercer día

Tercer día: prudencia. Ayer Maduro mostró de forma aberrante la naturaleza del chavismo y su etapa terminal que tan acertadamente lleva su nombre. De su histeria fascista sólo vale la pena recordar el resentimiento infantiloide contra la mayoría de los venezolanos que votaron en su contra, las amenazas -de las cuales ya se han visto cumplimientos concretos hoy- de no dar los beneficios sociales que le corresponden como jefe del Estado, convertidos ahora en dádivas graciosas que son negadas a los siervos desobedientes y malagradecidos, el idiota maniqueísmo dónde están de un lado los “buenos” y del otro los “malos”, es decir, la inmensa mayoría del país.

Esa es la revolución bolivariana, lo que siempre hemos sabido, pero ahora dicho por la boca inmunda a todo el país de su líder.

Pero quisiera resaltar especialmente el problema de la legitimidad. La legitimidad del poder estuvo anclada a veces en Dios, para otros en la historia y sus sentidos inexistentes, en el destino manifiesto o en la farsa de la utopía. Que lo sea en la ciudadanía, no solamente es un rasgo democrático con un contenido moral, sino que también tiene una razón fundamental: la racionalidad no es algo inscrito en la cabeza de cada uno, sino el producto que se teje en una comunidad a través del lenguaje. Nuestro yo se forma en oposición y acuerdos con los otros. Las razones no son solamente “mis razones” sino lo que en ese hacer y rehacerse continuo es el producto de nuestras interacciones. De ahí se establecen consensos más o menos razonados. Así se determina lo verdadero, así también lo real. Es por ello que Maduro y su camarilla son la nada.

Maduro y sus cómplices saben desde hace tiempo que han perdido toda legitimidad. La sangre y vitalidad que mostró el chavismo hace tiempo se secó. Sólo quedan las cada vez más patéticas bufonadas y amenazas de una pandilla de malvivientes. Es por esto que no pueden reflexionar, hacerlo significaría reconocer el esperpento que son. Sería entender y asumir cuáles son las razones por las que millones de venezolanos han decidido darle la espalda. Comprender que la sobrevivencia solamente está en asumir la realidad. Esto lo saben, pero hacerlo completamente consciente y asumir sus consecuencias significaría dejar de ser lo que son. Su patético drama es seguir por la cada vez más desembozada malignidad para intentar sobrevivir o negarse y por lo tanto acabarse a sí mismos y devenir otra cosa. Del primer modo -que parece ser el que se vislumbra como más probable- seremos nosotros los que produciremos su liquidación. Esto por las vías que ellos mismos han puesto en nuestras manos. El 6D es el primer paso de este camino. El segundo sería dinamitarse por mano propia.

La MUD debe insistir en la estrategia que tan buenos frutos le ha dado. No caer en la lógica psicótica de Maduro sino dejar que él mismo llegue a la hez de su propia sustancia. Dejarlo que se cocine en su propia salsa. Esto significa que la Asamblea haga su trabajo, le muestre al país que cumple lo que ha prometido, resista hábilmente sus ataques y haga evidente, cada vez más para mayor cantidad de personas, la necesidad de salir cívicamente de los miserables que nos gobiernan. No es tiempo de bravuconadas, de los modos destemplados, de la faena de pandillero de la esquina. Además esos siempre han sido los de Chávez y su prole. No hace falta, sólo hay que mover bien las piezas del tablero para que ellos mismos ahoguen a su rey de pacotilla.

Lo sé hija, afuera suenan las fieras. No temas, aúllan porque nos tienen miedo, porque saben que están perdidas.

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