miércoles, 23 de mayo de 2007

El Dios Idiota

El dios idiota

La vida es un cuento, relatado por un idiota, llena de ruido y furor y que nada significa
Shakespeare

Quería dedicar estas líneas a una explicación sobre nuestro burdo dualismo chavismo - oposición. Pretendía recurrir a dos interpretaciones. La primera mera estupidez, negación a razonar seriamente, a asumir la dificultad de pensar la realidad. Flojera de ejercer una racionalidad robusta, necesaria no sólo en el comprender, sino para realizar prácticas sensatas en las que se vayan articulando la complejidad y no la búsqueda de salidas fáciles, rápidas, absurdas. El otro modelo era patológico: los extremos han perdido el “sentido de realidad” y traspasando la neurosis colectiva que consiste en negar el aspecto de lo real que angustia, se trata de una verdadera psicosis, donde no sólo se niega la realidad sino se trata de reconstruirla en buena medida a fuerza de falsificarla... así sea mediante el delirio.
Pero pensando un poco más el asunto y saltando los límites de nuestra cotidianidad creo haberme topado con una tendencia que se va colando en todo y en todos. Hay algo de las dos explicaciones: un ablandamiento no sólo de la razón, sino de la voluntad, de las pasiones, del sentido estético, de la imaginación. No hay una orgánica relación entre ellos sino de la bárbara –y por supuesto inmoral- sumisión aislada a uno cualquiera. Cada vez encuentro menos personas, obras, hechos, cosas, que brillen, que admiren, que eleven. No de otra manera se puede explicar que el amo del mundo sea un señor como W. Bush. Pero también, simultáneamente, está la locura generalizada, la realidad que se escapa a la más básica categoría, que se escurre de cualquier conceptualización. Se trata del manicomio del que huyeron los loqueros. Donde dominan igualmente la sonrisa babeada del idiota y la furia destructiva del psicópata.
Tal estado sólo puede deberse a un relevo de la divinidad. No estamos ya bajo la égida del implacable Yahvé, de la rigurosidad de Alá, la infinita bondad del Cristo o la suprema beatitud de Buda. No, nuestro dios debe ser un idiota. Cuándo comenzó su reinado lo ignoro, pero sí tengo la certeza de que cada vez, con mayor determinación, va impregnando la realidad de sus modos, de sus formas. Sus principales conversiones son buena parte de la alta política mundial, la alta - media - minúscula nuestra, la mayoría de los medios (radio, TV, cine: Hollywood, el bobísimo y simplote Hollywood), la mollera de casi toda la gente, el arte, no conozco otras, pero casi toda la academia venezolana. Sus creyentes están formados por inmensos rebaños de bobina complacencia o resignación.
Sin embargo no le resultará tan fácil la sumisión absoluta, hay una oposición (¿acaso demoníaca?) : Ella que me permite invadir, al convocar su diáfana risa, su lúcida soledad, la generosidad y vuelo alto del profesor Heymann, Beethoven donde sea, la resistencia de mi padre, El Avila, l’espirit de finesse de Fernando, Sábato, la pasión de algunos de mis alumnos. Son una desordenada revista y un mínimo inventario de certezas frente a la nueva era del reblandecimiento, del cielo de gelatina.
Evoco esta absurda teología como recurso para explicar la marcha al garete del mundo, porque me es imposible pensar que nosotros, humanidad de comienzos de siglo XXI, con el trajinado y arduo pasado, con una vastedad de recursos, con un derecho de aspirar a lo extraordinario, por nuestro propio paso hayamos terminado en este laberinto. No lo creo, la culpa ha de ser de otro.

Crítica, o la carta a un amigo opositor

Apreciado Amigo:

Como me pasa siempre soy lento en leer, en pensar, en crear conceptos apropiados. Hemos conversado mucho sobre las actitudes hacia este gobierno y por distinta que sean nuestras perspectivas terminamos estando de acuerdo en una cosa que me parece esencial: ser críticos ante el poder y sus artilugios. Pero, al fin, se me ha hecho más o menos clara la perspectiva sobre lo poco convincentes y parciales de las opiniones que tu y otros expertos hacen sobre el “proceso”, las políticas públicas… y Chávez.
Max Weber señalaba que la objetividad no supone la neutralidad del sujeto, no se logra segregando los valores y comprendiendo la “realidad en sí” tal como es. Eso no existe y la verdadera objetividad está en conocer y reconocer los valores – inevitables – desde los cuales pensamos lo real. Ellos son teóricos, éticos, morales, políticos, estéticos y religiosos y son irrenunciables en nosotros. No se pueden evitar, guían y construyen nuestras opiniones y lo adecuado es hacerlos concientes, saber (y hacerles saber a otros) cuáles nuestras posiciones, desde donde pensamos la realidad. Además, también hay que hacer el ejercicio de reconocer la intención de lo que pretendemos con lo que decimos: si estamos expresando nuestra opinión personal, sentimientos ante hechos o estamos haciendo teoría sobre la realidad. Confundirlas metiendo de contrabando, por ejemplo, actitudes expresivas en un discurso teórico es hacer trampa.
Se trata pues de ser críticos, pero además de esa que coincidimos en hacer al poder, también ser críticos hacía sí mismos. Ya el viejo Kant sabía que la crítica, para ser efectiva, debe ser primero hacia sí. Se trata de conocer las capacidades, los límites y usos adecuados que hacemos de la razón. Sin ese primer paso, se deja abierta la posibilidad de cualquier cosa.
En la mayoría de las opiniones profesionales “técnicas” o “informadas” que se hacen desde la oposición, son demasiado evidentes las premisas desde donde se construyen y las intenciones que tienen. Para cualquiera que los vea es clara su “molestia” – por decir lo menos – hacia Chávez, su desagrado hacia lo que hace este gobierno. Eso es totalmente válido, el asunto es que una crítica “informada” debería tener otras premisas, pretender otros objetivos y no la expresión de una subjetividad con la forma de argumentos teóricos.
En un ambiente tan mediatizado como el nuestro, tan parcializado y tan enfermo comenzar desde esa posición, absolutamente válida por demás, parece poco productivo. En efecto, los que comparten tu posición se sentirán identificados, complacidos. Pero los “otros” - la mayoría en nuestro país – verán una nueva forma de expresión de los enemigos del “proceso” y la procesarán en consecuencia, es decir, como de “quienes se oponen a lo que sucede en el país por la única razón de oponerse a Chávez” y dicho lo anterior, no le sobrarán razones. Pero no hay que ser un obsecuente de Chávez. Los que mantenemos una posición crítica pero no partimos desde esa base afectiva, no encontramos en ustedes – como tampoco en los defensores a ultranza del gobierno - interlocutores válidos a la hora de discutir tanto exceso del poder, tanto entuerto a enderezar.
En una sociedad más sana que la nuestra, la discusión racional pondría aclarar esas posiciones, poniendo al descubierto los valores que muchas veces se nos ocultan a nosotros mismos y poco a poco se iría haciendo un espacio más amplio de objetividad. Pero ese no es obviamente nuestro caso, entre trinchera y trinchera lo que hay es tierra baldía o ese desagradable adjetivo, tanto fonética como semánticamente: Ni – Ni.
No me imagino cuán distinto sería escribir y opinar desde otras premisas, pensar nuestra realidad desde una posición que se permita a sí misma el asombro. Ello no supone complicidad, ni siquiera simpatía, sino tratar de entender este país y para ello hay que entender al otro. Cuánto enriquecería al país sopesar sus motivos, hacer el esfuerzo por explicarle los nuestros (no al periodista amigo o la audiencia favorable) sino a quien realmente debería ser el interlocutor y, para ello, es necesario no pensar a ese otro como “el peor de todos”. Es una idea que te propongo, aunque - como siempre sucede con mis ideas - me parece que esta también ha llegado demasiado tarde.

Un saludo fraterno.

Luis Marciales