domingo, 12 de julio de 2015

Disociados

El aislamiento de la mafia que nos gobierna, sumado a los privilegios económicos -a nuestra costa- con los que se "adornan" ha devenido en una de las claves de nuestra tragedia. Esta es la principal causa de su incapacidad de comprender desde su posición la vida que llevamos todos los venezolanos, el sufrimiento cotidiano, la inmensa rabia, la imposibilidad de vivir con dignidad, la frustración, el ahogo, la desesperanza.

La casta en el poder entiende perfectamente bien la situación. Eso se constata en las ruindades y canalladas que hacen para mantener este estado de cosas en la que ellos son los únicos beneficiarios. Es decir, esa comprensión es solamente "cognitiva - instrumental". Se trata de saber como usar los medios (especialmente las necesidades y carencias de una mayoría) para articularlos en función de su fines de rapiña: acabar con las sobras del banquete que solo ellos devoraron.

Únicamente el acompañamiento desde el pathos, hacer de uno el dolor del otro, es que puede surgir la verdadera solidaridad y la comprensión más clara de lo que pasa en el país. Si tuvieran la decencia de oír a la gente en la cola, sentir el miedo que permanentemente sentimos por la vida de familiares y amigos ante la violencia hamponil, la angustia por la falta de un medicamento vital, la negación de un futuro amable, de la posibilidad de proyectos vitales en todos, que hace que cada día nos quedemos más solos y más tristes... Así tendrían efectivamente una idea de la realidad del mapa histórico que nos configura. El verdadero gesto de nuestro rostro.

Estar "dentro" de nuestra realidad, el vivirla como la luchamos y padecemos todos, les obligaría a sentir la necesidad de hacer cambios efectivos para salir de esta catástrofe (a pesar de que signifique limitaciones a su poder), les impediría continuar con la cada vez más deficiente invención de mentiras y lo estéril que se ha vuelto la polarización política como herramienta táctica, frente a la unidad del padecimiento común. Les haría darse cuenta de la farsa de un discurso igualitario frente a las escandalosas muestras -que ya poco se molestan en ocultar- de riqueza y privilegios. Les permitiría olfatear el odio hacia ellos que se grita con voz más y más alta. Los invitaría a ofrecer disculpas por los gigantescos errores que siguen cometiendo y, sobre todo, les pondría delante el futuro que les espera más allá del inevitable derrumbe de esta mierdero en que convirtieron nuestro país.