sábado, 26 de noviembre de 2016

Hasta Nunca

Fidel Castro había muerto hacía mucho tiempo, en varias partes. A mediados de los sesenta cuando se hacía cada vez más dura y dogmática la revolución “Yo sé que tengo miedo, mucho miedo” decía en una reunión con Fidel el escritor Virgilio Piñera. Al ser cómplice de la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia. Con la creación de la UMAP, los campos de trabajos forzados para homosexuales y otros “anti-sociales”, tal vez un infarto mortal con el caso Padilla. Pero finalmente se suicidó. Mató lo que él era, los proyectos de libertad, desarrollo, cultura, bienestar para su pueblo y el mundo. Fue una muerte lenta, de décadas, cayendo poco a poco, desdibujándose a sí mismo, sofocándose en el hedor de la propia podredumbre política y moral.

Lo que quedó ni siquiera fue un dictador, sino una suerte de déspota oriental (la libertad de uno solo) en el Caribe. Se envileció, envileció la revolución que una vez brilló en el mundo, destruyó Cuba sometiendo a su gente con puño de hierro, condenándola a una miseria andrajosa. Por último, con la complicidad obscena de Chávez y su pandilla, nos parasitó a los venezolanos y fue en buena parte responsable del horror que vivimos.

Hasta nunca Fidel. Mojón

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Fin de la democracia o inclusión

Pensando en los acontecimientos recientes de Gran Bretaña con el Brexit, ahora el de Estados Unidos con Trump (pero ¡cómo no! También en Alemania de los 30 y, por supuesto, nuestro atribulado país) se puede pensar que las democracias deberían andar no al ritmo de las élites políticas, intelectuales y económicas sino de la mayoría de a pie. Ellos marcan el movimiento real, siempre de forma soterrada y ahora, hemos visto, de manera abierta y contundente. Quiero decir, lo avanzada, próspera, culta y desarrollada que es una sociedad debe medirse en el estado de sus grandes mayorías. Por supuesto, si se muestran signos de exclusión, demasiadas sombras y distancias cada vez más grandes entre élites y la plebe, se deberían implementar políticas públicas para lograr mayores equilibrios (este es por cierto, solo uno de los dramas de la diferencia abismal en el ingreso dentro de las sociedades y en el mundo en general).
La atención a las diferencias, visto lo que viene sucediendo como casi una avalancha en las democracias occidentales, debería ser el principal objetivo político, entendido esto en su acepción más abierta y amplia: la de los asuntos públicos. Es decir preocuparse por incluir efectivamente a todos, so pena de seguir transitando hacia el ocaso y disolución de la democracia tal como la entendemos... Por supuesto no solamente para sus propios pueblos sino en todo el mundo, siempre amenazado no solamente por la propia sino por la barbarie ajena, como también nos ha estallado en la cara con la crisis de los refugiados, el fundamentalismo criminal, el narcotráfico, la desesperante pobreza...

Algo de eso sabían los atenienses del siglo V a.C., que se esforzaron porque los asuntos de toda la ciudad se mostraran no solamente en el ágora y los tribunales, sino en sus estilos literarios como la tragedia y la comedia (pero también en la retórica) que implican por sí mismos la inclusión del otro (piénsese en la progresiva pluralidad con inclusión de diversas voces en la evolución de la tragedia o en una de las más avanzadas, "Los persas" donde incluso los enemigos son incluidos). Pero en su misma presentación constituían espacios privilegiados de encuentro de los ciudadanos (el estado ateniense pagaba la asistencia de la gente pobre para al menos un día, a los ciclos de tragedias durante las temporadas en que se representaban). Esto significa que los atenienses todos, pobres y ricos, aristócratas y plebeyos, veían juntos a Esquilo, Sófocles y Eurípides.
En otro registro como el religioso, Armando Rojas Guardia nos recordaba que el mensaje de Jesús ponía atención en aquellos que no tenían voz, ni lugar, "la plebe maldita que no conoce la Ley" como llama un fariseo. Y uno de los grandes virajes de Lutero y el protestantismo fue "vulgarizar" en lengua corriente la Biblia para que todos la hicieran suya, sin la mediación de los "que sí saben".
Huelga referirse aquí a la preocupación en varios ámbitos (no solamente el político e ideológico) de incluir al otro en las sociedades modernas. Pero si precisamente esa intención ha dado lugar a lo que padecemos ahora, parece que debe producirse un cambio en el modo en que esto se realice. Se me ocurre debe ser mediante una formación más desde el pathos y esforzarse en acompañar al excluido para hacerlo un par, un conciudadano y no como el resultado de procedimientos técnico-administrativos-asistenciales. Eso supone una formación que haga énfasis en esa dimensión pathológica de atención al otro, hacer de la política la posibilidad de construir la república como el espacio de todos y la cultura espejo donde todos nos reconocemos.