miércoles, 31 de mayo de 2017

Lean esta entrevista a Edgaro Lander


Edgardo Lander tienen la claridad y honestidad de señalar que el deseo -¿o necesidad?- del gobierno de mantenerse en el poder es solo posible mediante un continuado “desmantelamiento” de la Constitución y de la negación de elecciones libres. Esa es la razón del golpe de estado continuado y del cercenamiento cada vez mayor de los derechos de los ciudadanos. Esto explica las rupturas cada vez más hondas en la legalidad e institucionalidad y del modelo mismo del Estado que serían radicalizados con la constituyente madurista. Este análisis es adecuado y merece el apoyo de los que luchamos por la democracia.



Pero como casi todo crítico del chavismo "desde adentro" sostiene la tesis de "los dos polos" cuando se refiere al enfrentamiento actual. Esta consiste en pretender igualar, como si estuviesen al mismo nivel y tuvieran la misma potencia y por tanto responsabilidad, dos polos extremos que serían responsables de la situación actual y especialmente de la violencia. Se trata según esto de desmontar o aislar los radicales de lado y lado (María Corina y Diosdado, en palabras de Lander) y lograr el encuentro de una vasta mayoría que no desea la guerra sino más bien el diálogo y la solución pacífica.



Esto no es así y no solo es una descripción moralmente inaceptable sino políticamente incorrecta. La oposición no tiene, por un lado la responsabilidad de la conducción del país que ha tenido el chavismo durante casi veinte años y que los hace responsable directo de la crisis profunda que padecemos. Más aún con el control absoluto que han tenido en todas las instancias, esto inclusive desde la elección de la AN en el 2015



Por otro lado se muestra en la brutal asimetría respecto al uso del poder. Ello va desde el control de casi todo el Estado que se ha vuelto propiedad del PSUV y que lo ha convertido en una autocracia bajo la forma de dictadura (a la que Lander no califica nunca de ese modo sino con el muy eufemístico de "PSUV-gobierno"), la hegemonía y control de los medios de comunicación, el chantaje por diversas vías de amplios sectores de la población y el uso de la violencia contra manifestaciones callejeras donde la mayoría de las víctimas, los heridos, los afectados por ataques a sectores no participantes activamente en las protestas (como urbanizaciones enteras) y los detenidos, entre otros muestran lo risible que es la hipótesis de dos polos igualmente responsables.



Hay que criticar además el sesgo ideológico cuando denuncia la intervención extranjera bajo los intereses “geopolíticos” que apoya a sectores radicales de la oposición (según afirma fundamentalmente gringa y uribista). Pero no dice una palabra sobre la injerencia cubana, rusa, china (por no señalar al terrorismo islamista y la narcosubversión colombiana) en el caso de la dictadura que median mucha de las actuaciones de la cúpula gorila.



Por otra parte, y esta crítica no va solamente a Lander sino a casi todo el mundo, el análisis de la violencia es muy pobre. No parece ser metodológicamente adecuado pensar que la violencia 1. No es histórica sino que parte desde un punto (por ejemplo, la respuesta a las dos sentencias del TSJ) 2. Tiene un desarrollo más o menos lineal  y 3. Que se gesta y continúa reproduciendo desde una causalidad simple. Lo hace con crecimientos o escaladas y con bucles que la retroalimentan y la hacen cambiar de rostro, para ser cada vez más extensa e intensa.

Este análisis de la violencia que podemos llamar “dinámico” no lo desarrollaremos aquí sino más tarde. Pero cabe insistir en la responsabilidad mayoritaria de la dictadura como monopolista fundamental de los medios de violencia. En causarla desde un ámbito no solamente militar-policial, sino desde el desarrollo de políticas públicas diseñadas para el control y sometimiento de grandes sectores de la población. Además, dentro de esa dinámica, es la dictadura la que ha producido las escaladas continúas y cada vez más brutales de la represión callejera que sobrepasan con mucho las respuestas de una oposición inerme.

https://www.aporrea.org/ddhh/n309163.html

martes, 2 de mayo de 2017

Nos vemos en la Calle

He sostenido la tesis de que la dictadura está muerta. No se trata que ya acabó sino que todos sus sustentos, se han disuelto, no existen. Es un cuerpo inorgánico, putrefacto. En la base, el apoyo popular, electoral, de movilización de diversas formas (aquello que tanto procuró el chavismo de izquierda) se ha evaporado. Pero también por arriba, la estructura legal que han perdido ¡incluso la Constitución! Las instituciones desmadejadas, ahora les cae encima. También el tinglado internacional que tan hábil (y costoso) urdió Chávez  colapsó. E incluos los históricos de los cuales se alimentaron y justificaron hasta el desmoronamiento del “legado”. Todos se volvieron nada. Les queda solamente el uso cada vez más caótico de la represión, donde fuerzas regulares y paramilitares muestran, con su ilegalidad y brutalidad, lo descompuesta de esta faz represiva y las piltrafas del cada vez más menguado botín. Esa represión también se manifiesta en la tenaza burocrática a los sectores más vulnerables: los empleados públicos, los habitantes de los conjuntos de la GMVV y la gente que recibe los “beneficios” como los CLAPS o las moribundas misiones.

Pero esta muerte tiene que realizarse, es decir, terminar de hacerse efectiva, llegar a su forma concreta: la salida de Maduro, su cúpula y la disolución del marco político, económico, militar, populachero - lumpen y simbólico. Para alcanzar eso tenemos que insistir nosotros, los de a pie, fundamentalmente con la protesta en la calle. Esta es la principal forma de acabar con los restos del aire que le queda a la dictadura, lo que hará que se desmorone.

La protesta popular ha ido adquiriendo una dinámica propia, que va mostrando formas de organizarse que nacen de su seno, cuyo mejor ejemplo son, por una parte la vanguardia en las marchas, conformadas por esos jóvenes los "guerreros" que “entrompan” la represión convirtiéndose en escudos entre la masa menos activa y los esbirros. Por otro lado, están los “cruz verde”, los gallardos estudiantes y profesionales de Medicina que atienden a los heridos en las manifestaciones. Juntos se han ganado el aprecio y apoyo entusiasta de las multitudes. Menos visibles, pero igualmente imprescindibles, están las ONG defensoras de los DDHH y los abogados, como el Foro Penal, que le prestan asesoría legal a los detenidos. Es de esperarse que sigan surgiendo otras, hacen falta. Por otro lado, también hemos observado la radicalización, en especial con las respuestas de una violencia exacerbada ante el atropello, así como acciones de mediano y pequeño rango independientes de los lineamientos de la dirigencia política. No son en sí mismas un riesgo, pero conviene no dejarlas sueltas.

Las manifestaciones en la calle son expresión política fundamental de la gente que se hace una en la protesta, un solo cuerpo, un solo objetivo. Individualmente tenemos perspectivas y campos de acción diversos, pero en el asfalto nos volvemos una subjetividad colectiva que –insisto- ya tiene vida propia. Ese cuerpo atemoriza con toda la razón al poder y por eso trata de dispersarla, desarticularla, de la forma más contundente con la violencia que hemos padecido. De la fortaleza y coherencia de ese gigante que somos depende mucho el fin de la dictadura. Para ello necesitamos más perseverancia, más unidad, más organización.

Por otra parte ella es un importante vector hacia el exterior. Hace evidente lo que está sucediendo en el país, mostrando la crisis de forma contundente y la resistencia ciudadana. Con ello potencia a individuos e instituciones en el extranjero a denunciar internacionalmente la dictadura y aumentar su acorralamiento y aislamiento.

El otro aspecto es el institucional. La unidad que ha mostrado la dictadura me parece que es fundamentalmente el agavillarse ante el temor. Eso que les ha permitido sobrevivir estos años con bastante éxito –así sea a costa de la destrucción de país, del sufrimiento de la gente- por primera vez muestra señales evidentes de fractura. El caso de la Fiscal y el del diputado Eustoquio Contreras son ahora las más evidentes. Debemos esperar otras. Frente a ello, el centro de la dirigencia política opositora se ha unificado de forma adecuada alrededor de la Asamblea Nacional. Eso le ha dado una coherencia, fortaleza y contundencia que no había tenido nunca. Conviven sin mayores roces con otros grupos políticos distintos a los parlamentarios, de forma más cooperativa que divergente en lo que, parece, una saludable pluralidad que mantiene un mando unificado.

Por primera vez podemos percibir el desmoronamiento de la pesadilla. Con mucho dolor por los asesinados, los golpeados y por el enorme sufrimiento que hemos padecido todos. Lamentablemente debemos esperar más, hemos visto como la represión se ha vuelto más brutal. Pero la decisión, firmeza y tenacidad que todos hemos protagonizado en la calle: desde la marcha, los cacerolazos en el oeste, el insulto en el mercado de la señora, la tensión en la calle, la mentada de madre al dictador, la arrechera que ya no se contiene. Todo ello acompañado de la agitación de los venezolanos en el exterior y el cada vez más contundente apoyo internacional, nos abre la posibilidad de pensar en un futuro de nuevo.

¡¡Adelante!! ¡¡Nos falta poco!!