sábado, 17 de septiembre de 2011

Rincones, luz y sombra

Este texto es el primer ejercicio del TETE, un taller de ensayos que ha sido pretexto para la fiesta de la amistad entre quienes nos empeñamos en ser felices juntos. Va dedicado a todos ellos, los que están y los que no.


Si admitimos que el rincón se define de forma subalterna al espacio central, claro, protagónico, ordenado es entonces, por contraste, el lugar de lo marginal, oscuro, segundón, caótico. Tenemos una necesidad existencial - alimentada por nuestro narcisismo – de figurar en el segundo y evitar el primero. No nos gusta que nos tengan arrinconados.
Sin embargo, torciendo la polaridad de esa distinción podemos hacer una lectura distinta del rincón y de nuestra relación con él. En primer lugar, aun asumiéndolo en su forma más lúgubre, podemos ver un destello de quietud, de relajamiento del control social, de libertad. Pienso en mi adolescencia, en un colegio italiano en el que estuve arrinconado desde todas las perspectivas más importantes para un adolescente. Era el gordito, el pobre, el que no le gustaba pelear, el extranjero, el que estaba sólo. Pero imagino, por otra parte, el esfuerzo - y también padecer- de mis compañeros por mantenerse u obtener un puesto en el centro de la atención. El tener que dar la pelea, a veces explicita y la mayor parte de las veces sorda, por no ser centrifugados al rincón. No sabían que ahí, donde no son muy efectivos los imperativos de la moda, la apariencia, el mostrar algún tipo de estatus, se respira un airecillo de libertad, de desear y experimentar otras vivencias, de permitirse lo que en el escenario es casi inaceptable. Me imagino que ahí encontré el lugar para leer, el poder disfrutar la música académica y el saborear la soledad.
Por ahí está el acercamiento afectivo al rincón, lo que es mío, dónde me siento bien, donde hago lo que me da la gana. Es el espacio de fuga en donde nos permitimos el desorden, el oasis de la locura. Pienso en el necesario lugar para el caos que tenemos en nuestras casas por más pequeñas que sean, el espacio indomable donde ponemos cachivaches que no nos atrevemos a botar, cosas inútiles o alguna gaveta en el closet donde mantenemos ropa que sabemos no vamos a usar más nunca, fuera de moda.  Igualmente hay otros rincones menos espaciales y más temporales, los momentos, pequeños, más o menos breves donde nos saltamos las exigencias del afán por mantenernos posicionados a la vista de todos. Pueden ir desde la lasitud de algunas mañanas de fin de semana, el tiempo en la cola para los que manejan a la fiesta.
Si no bastara esta apología del rincón, acaso podemos intentar una ontología que le de la victoria definitiva. Es conocida la afirmación de Freud de las revoluciones que han sacado al hombre del protagonismo que creía tener y por ello de alguna manera lo han arrinconado. Copérnico nos expulsó del centro del universo, ahora sabemos que somos una mota insignificante en una inmensidad apenas imaginable. El cosmos es la esfera que tiene la circunferencia en todas partes y el centro en ninguna que, como escribe Borges, liberó a Bruno y atormentó a Pascal. Darwin nos quitó el título de culmen de la creación para situarnos a la par de los vermes y las moscas en el origen y mecanismos que gobiernan nuestra existencia como seres vivos en el planeta. Finalmente, el mismo Freud diluyó la imagen del sujeto que puede gobernar su vida racionalmente y nos dibujo más bien la de un ¿sujeto? que apenas puede mantener un frágil equilibrio entre los impulsos que nos conforman y gobiernan. Ni centro del cosmos, ni último escalón de la creación y ni siquiera dueños de nosotros mismos. El otro descentramiento importante es la conciencia de la “profundidad del tiempo” tanto cosmológico como histórico (abrumadoramente más inmenso el primero que el segundo) que atomiza cualquier período de tiempo en el que somos protagonistas y lo hace ridículamente instantáneo.
Una consecuencia obvia es que sin centro, siguiendo la precisión con que comenzamos, no hay rincón o, más bien, sí hay centro y rincón, pero ambos son tan relativos entre sí, tan lábiles, móviles y difusos sus bordes, tan diminutos y efímeros, no solamente respecto a la vastedad del espacio y el tiempo sino a la otra, tal vez más importante para nosotros, del peso y altura de esas personas, obras, momentos tan determinantes en la cultura y con un aliento que nos llega tan poderoso. Frente a ellos nuestros afanes, orgullos y logros o las angustias y tristezas por haber estado o estar arrinconados, desplazados de la atención y no figurar si bien son legítimos - porque son el pathos nuestro de cada día - deberían atemperar su intensidad y que el brillo del triunfo o la oscuridad de la pena provocadas por tan frágiles y mínimas circunstancias, lo reconozcamos con la ligereza y transparencia de la lluvia leve, del suspiro en el rincón olvidado.
Sin pretender borrar los matices oscuros y dramáticos que acompañan al rincón y arrinconamiento, también esos matices sirven para dibujar un paisaje no tan trágico, menos tenso y por tanto más relajado y abierto a posibilidades. Sin embargo, situándonos más desde la posición de figurar en lo que he llamado centro, desde el cual se nos juzga a muchos como metidos en un rincón, vale también discutir el peso mismo de ese centro, su “densidad” existencia y más bien aventurar que los rincones que todos habitamos son más o menos amplios, más o menos iluminados, más o menos permanentes, pero en fin, rincones. Desde esa conciencia, acaso sea un imperativo el que vivamos nuestros rincones en esa maravilla del claroscuro, donde la sombra es un medio para hacer más hermosa la luz.

1 comentario:

Maralvar dijo...

Tú lo sabes Luis.
La exclusión, estrangulamiento económico y agresión política sistemática que el gobierno realiza contra la universidad, y contra nosotros, sus partes humanas visibles, es abiertamente un genocidio institucional que intentan llevar hasta las consecuencias finales: el exterminio de la Joya de la Corona de este país.
Y no voy a argumentar el porqué las universidades nacionales representan la Joya de la Corona, puesto que ese reconocimiento está bien asentado dentro de los valores del país, ni voy a aclarar cómo se realiza ese exterminio pues el gobierno no tiene recato en sus declaraciones y acciones contra las universidades. Como todo genocidio, este también es evidente y reconocido.
La sociedad venezolana prefiere hacerse la vista gorda antes de enfrentar esa vergüenza y sobre todo aceptar la co-responsabilidad que acertadamente mencionas. Y eso mismo ocurre en el mundo rojo-rojito, pues he escuchado de gente con funciones en el gobierno o cercanos el desacuerdo con el manejo del asunto universitario y el reconocimiento de la gravedad que representa para el país, y sin embargo también se hacen la vista gorda.
Puedo entender que esto ocurra en la sociedad en general, pues en ella el ejercicio de la ciudadanía es muy cómodo y acomodaticio y confluye en la posición del seguidor. La participación política, la acción y la proposición se deja a los supuestos líderes, por lo que en su ausencia, el rebaño, aún congregado, no se reconoce ni actúa.
Lo que no entiendo es la respuesta de la comunidad académica. Escucho muchas palabras, razonamientos, discusiones, foros, pronunciamientos numerosos… que no cristalizan en respuestas contundentes que pongan freno a tanta perversión. Pareciera que también actúan como seguidores, pero estoy segura de que debe haber otras explicaciones.
Como dice Vargas Llosa el conocimiento dejó, hace tiempo, de ser un valor cultural en nuestra sociedad, y aunque no se reconoce abiertamente, el académico lo percibe de manera absoluta. Ya no es una figura social de importancia y por ello se inhibe a mostrarse como tal. Nos quedamos mudos. Pertenecemos a otro mundo o a otra época. Si esto se aplica a la sociedad en general, puedo entender su vista gorda y que no sienta el genocidio pues, además de irrelevante, no les toca.
Lamentablemente, la crisis de la sociedad del conocimiento no es como el paso inocuo de una moda. Su debilitamiento tiene consecuencias sociales de gran importancia. Y aquí es cuando los académicos cobramos nuevo valor, nueva figura. Ese es el reto que nos rescata de la nada.
Quiero apostar por una acción ciudadana por parte de los académicos que muestre a la sociedad venezolana la importancia del conocimiento para la construcción del futuro y por ello la equivocación histórica del gobierno con su acción genocida. Para ello solo necesitamos reconstruir nuestra autoestima y materializar los pronunciamientos en acciones reales. Como propuse luego del pronunciamiento del tribunal sin juicio (TSJ), me alegraría comenzar congregándonos masivamente en la Plaza del Reloj de la UCV con un NO AL GENOCIDIO UNIVERSITARIO!