martes, 2 de mayo de 2017

Nos vemos en la Calle

He sostenido la tesis de que la dictadura está muerta. No se trata que ya acabó sino que todos sus sustentos, se han disuelto, no existen. Es un cuerpo inorgánico, putrefacto. En la base, el apoyo popular, electoral, de movilización de diversas formas (aquello que tanto procuró el chavismo de izquierda) se ha evaporado. Pero también por arriba, la estructura legal que han perdido ¡incluso la Constitución! Las instituciones desmadejadas, ahora les cae encima. También el tinglado internacional que tan hábil (y costoso) urdió Chávez  colapsó. E incluos los históricos de los cuales se alimentaron y justificaron hasta el desmoronamiento del “legado”. Todos se volvieron nada. Les queda solamente el uso cada vez más caótico de la represión, donde fuerzas regulares y paramilitares muestran, con su ilegalidad y brutalidad, lo descompuesta de esta faz represiva y las piltrafas del cada vez más menguado botín. Esa represión también se manifiesta en la tenaza burocrática a los sectores más vulnerables: los empleados públicos, los habitantes de los conjuntos de la GMVV y la gente que recibe los “beneficios” como los CLAPS o las moribundas misiones.

Pero esta muerte tiene que realizarse, es decir, terminar de hacerse efectiva, llegar a su forma concreta: la salida de Maduro, su cúpula y la disolución del marco político, económico, militar, populachero - lumpen y simbólico. Para alcanzar eso tenemos que insistir nosotros, los de a pie, fundamentalmente con la protesta en la calle. Esta es la principal forma de acabar con los restos del aire que le queda a la dictadura, lo que hará que se desmorone.

La protesta popular ha ido adquiriendo una dinámica propia, que va mostrando formas de organizarse que nacen de su seno, cuyo mejor ejemplo son, por una parte la vanguardia en las marchas, conformadas por esos jóvenes los "guerreros" que “entrompan” la represión convirtiéndose en escudos entre la masa menos activa y los esbirros. Por otro lado, están los “cruz verde”, los gallardos estudiantes y profesionales de Medicina que atienden a los heridos en las manifestaciones. Juntos se han ganado el aprecio y apoyo entusiasta de las multitudes. Menos visibles, pero igualmente imprescindibles, están las ONG defensoras de los DDHH y los abogados, como el Foro Penal, que le prestan asesoría legal a los detenidos. Es de esperarse que sigan surgiendo otras, hacen falta. Por otro lado, también hemos observado la radicalización, en especial con las respuestas de una violencia exacerbada ante el atropello, así como acciones de mediano y pequeño rango independientes de los lineamientos de la dirigencia política. No son en sí mismas un riesgo, pero conviene no dejarlas sueltas.

Las manifestaciones en la calle son expresión política fundamental de la gente que se hace una en la protesta, un solo cuerpo, un solo objetivo. Individualmente tenemos perspectivas y campos de acción diversos, pero en el asfalto nos volvemos una subjetividad colectiva que –insisto- ya tiene vida propia. Ese cuerpo atemoriza con toda la razón al poder y por eso trata de dispersarla, desarticularla, de la forma más contundente con la violencia que hemos padecido. De la fortaleza y coherencia de ese gigante que somos depende mucho el fin de la dictadura. Para ello necesitamos más perseverancia, más unidad, más organización.

Por otra parte ella es un importante vector hacia el exterior. Hace evidente lo que está sucediendo en el país, mostrando la crisis de forma contundente y la resistencia ciudadana. Con ello potencia a individuos e instituciones en el extranjero a denunciar internacionalmente la dictadura y aumentar su acorralamiento y aislamiento.

El otro aspecto es el institucional. La unidad que ha mostrado la dictadura me parece que es fundamentalmente el agavillarse ante el temor. Eso que les ha permitido sobrevivir estos años con bastante éxito –así sea a costa de la destrucción de país, del sufrimiento de la gente- por primera vez muestra señales evidentes de fractura. El caso de la Fiscal y el del diputado Eustoquio Contreras son ahora las más evidentes. Debemos esperar otras. Frente a ello, el centro de la dirigencia política opositora se ha unificado de forma adecuada alrededor de la Asamblea Nacional. Eso le ha dado una coherencia, fortaleza y contundencia que no había tenido nunca. Conviven sin mayores roces con otros grupos políticos distintos a los parlamentarios, de forma más cooperativa que divergente en lo que, parece, una saludable pluralidad que mantiene un mando unificado.

Por primera vez podemos percibir el desmoronamiento de la pesadilla. Con mucho dolor por los asesinados, los golpeados y por el enorme sufrimiento que hemos padecido todos. Lamentablemente debemos esperar más, hemos visto como la represión se ha vuelto más brutal. Pero la decisión, firmeza y tenacidad que todos hemos protagonizado en la calle: desde la marcha, los cacerolazos en el oeste, el insulto en el mercado de la señora, la tensión en la calle, la mentada de madre al dictador, la arrechera que ya no se contiene. Todo ello acompañado de la agitación de los venezolanos en el exterior y el cada vez más contundente apoyo internacional, nos abre la posibilidad de pensar en un futuro de nuevo.

¡¡Adelante!! ¡¡Nos falta poco!!

No hay comentarios: