Pensando
en los acontecimientos recientes de Gran Bretaña con el Brexit, ahora el de
Estados Unidos con Trump (pero ¡cómo no! También en Alemania de los 30 y, por
supuesto, nuestro atribulado país) se puede pensar que las democracias deberían
andar no al ritmo de las élites políticas, intelectuales y económicas sino de
la mayoría de a pie. Ellos marcan el movimiento real, siempre de forma
soterrada y ahora, hemos visto, de manera abierta y contundente. Quiero decir,
lo avanzada, próspera, culta y desarrollada que es una sociedad debe medirse en
el estado de sus grandes mayorías. Por supuesto, si se muestran signos de
exclusión, demasiadas sombras y distancias cada vez más grandes entre élites y
la plebe, se deberían implementar políticas públicas para lograr mayores
equilibrios (este es por cierto, solo uno de los dramas de la diferencia
abismal en el ingreso dentro de las sociedades y en el mundo en general).
La
atención a las diferencias, visto lo que viene sucediendo como casi una
avalancha en las democracias occidentales, debería ser el principal objetivo
político, entendido esto en su acepción más abierta y amplia: la de los asuntos
públicos. Es decir preocuparse por incluir efectivamente a todos, so pena de
seguir transitando hacia el ocaso y disolución de la democracia tal como la
entendemos... Por supuesto no solamente para sus propios pueblos sino en todo
el mundo, siempre amenazado no solamente por la propia sino por la barbarie
ajena, como también nos ha estallado en la cara con la crisis de los refugiados,
el fundamentalismo criminal, el narcotráfico, la desesperante pobreza...
Algo de eso sabían los atenienses del siglo V a.C., que se esforzaron porque los asuntos de toda la ciudad se mostraran no solamente en el ágora y los tribunales, sino en sus estilos literarios como la tragedia y la comedia (pero también en la retórica) que implican por sí mismos la inclusión del otro (piénsese en la progresiva pluralidad con inclusión de diversas voces en la evolución de la tragedia o en una de las más avanzadas, "Los persas" donde incluso los enemigos son incluidos). Pero en su misma presentación constituían espacios privilegiados de encuentro de los ciudadanos (el estado ateniense pagaba la asistencia de la gente pobre para al menos un día, a los ciclos de tragedias durante las temporadas en que se representaban). Esto significa que los atenienses todos, pobres y ricos, aristócratas y plebeyos, veían juntos a Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Algo de eso sabían los atenienses del siglo V a.C., que se esforzaron porque los asuntos de toda la ciudad se mostraran no solamente en el ágora y los tribunales, sino en sus estilos literarios como la tragedia y la comedia (pero también en la retórica) que implican por sí mismos la inclusión del otro (piénsese en la progresiva pluralidad con inclusión de diversas voces en la evolución de la tragedia o en una de las más avanzadas, "Los persas" donde incluso los enemigos son incluidos). Pero en su misma presentación constituían espacios privilegiados de encuentro de los ciudadanos (el estado ateniense pagaba la asistencia de la gente pobre para al menos un día, a los ciclos de tragedias durante las temporadas en que se representaban). Esto significa que los atenienses todos, pobres y ricos, aristócratas y plebeyos, veían juntos a Esquilo, Sófocles y Eurípides.
En
otro registro como el religioso, Armando Rojas Guardia nos recordaba
que el mensaje de Jesús ponía atención en aquellos que no tenían voz, ni lugar,
"la plebe maldita que no conoce la Ley" como llama un fariseo. Y uno
de los grandes virajes de Lutero y el protestantismo fue "vulgarizar"
en lengua corriente la Biblia para que todos la hicieran suya, sin la mediación
de los "que sí saben".
Huelga
referirse aquí a la preocupación en varios ámbitos (no solamente el político e
ideológico) de incluir al otro en las sociedades modernas. Pero si precisamente
esa intención ha dado lugar a lo que padecemos ahora, parece que debe producirse
un cambio en el modo en que esto se realice. Se me ocurre debe ser mediante una
formación más desde el pathos y esforzarse en acompañar al excluido para
hacerlo un par, un conciudadano y no como el resultado de procedimientos
técnico-administrativos-asistenciales. Eso supone una formación que haga
énfasis en esa dimensión pathológica de atención al otro, hacer de la política
la posibilidad de construir la república como el espacio de todos y la cultura
espejo donde todos nos reconocemos.
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